domingo, 30 de agosto de 2009

Ay! Como hemos cambiado…

Es evidente que con el paso de los años las personas cambian y se van transformando. Pero ¿Es posible que uno cambie tanto que no llegue a reconocerse? ¿Es factible convertirse en una persona totalmente diferente a la que uno fue?

Por Cristo Rodríguez

La pasada semana quedé con una vieja amiga mía, no porque sea vieja sino porque llevamos el uno en la vida del otro durante mucho tiempo. Al encontrarnos, 30 minutos después de la hora fijada, nos pusimos a andar de forma autómata. La calle Fuencarral, cerca del mercado, fue nuestro punto de encuentro y cuando surgió la pregunta de: “¿A dónde vamos?”, ya estábamos casi en Chueca, una casualidad vaya... Ya que nos encontrábamos allí yo sugerí ir hasta el café “Mamá Inés”, un lugar muy agradable de la zona. Naara, mi amiga, decidió que debíamos abrir nuestros horizontes y descubrir algún lugar nuevo. Esta exploración nos llevó a dar una vuelta por Chueca. La exploración terminó cuando nos dimos cuenta de que llevamos mucho tiempo en Madrid y que, aunque no salimos mucho, ya lo conocemos todo, por lo menos “a esta orilla del río” (el río es Gran Vía, por supuesto).


Regreso al pasado

Nuestro destino final fue el Café “BAires”, un lugar al que no hemos ido demasiadas veces, pero que también está muy bien. No suele estar tan lleno como “Mama Inés” y cuenta con unos ventanales que te permiten observar todo lo que ocurre en la calle. Llegamos, nos sentamos y antes de hablar nada pedimos un par de tercios. Suministro indispensable para ponernos al día de lo que ha pasado en nuestras vidas en estos últimos meses. Risas, confidencias, bromas, más cerveza, soltura de lenguas y… Encuentros con el pasado a través del cristal del Café. El ver a personas que estuvieron en nuestra vida en algún momento y que ahora fingimos no conocer, se convirtieron en el vehículo que nos catapulto al pasado. A partir de ese momento hablar de cómo éramos cuando llegamos a Madrid se convirtió en nuestra mejor forma de escapar de la realidad del presente para estar completamente aislados en el pasado. De repente, nos encontrábamos solos mi amiga, yo y todos esos “fantasmas”.

Tras una larga conversación, alguna que otra cerveza de más y, por lo menos, tres llamadas de su novio, mi amiga y yo nos despedimos con las promesas de siempre: “Nos vemos la semana que viene ¿Vale?”, “Ya te llamo yo. O si no, llámame tú”, “vale, pues entonces quedamos en eso”, “ok, un beso, cuídate”… De camino a casa y con el regusto de la conversación, me topé de pronto con uno de mis principales fantasmas, mi antiguo yo. Así, teniéndolo tan cerca y más tangible que nunca, me dí cuenta de que no me parezco a esa persona en casi nada. La evolución sufrida por mí, las nuevas relaciones, las antiguas, los conocidos que han ido transitando por mi vida, los días de sexo vacío y lleno, me han convertido en un ser totalmente diferente. Yo, un chico de 28 años nacido en Badajoz y que lleva seis largos años de su vida en Madrid no se parece en nada al joven de 20 que llegó a la capital de España a pasar un verano. No sólo he sido recompensado con un cambio físico, gracias a mi ortodoncia entre otra cosas, sino que el cambio psicológico y humanístico también ha sido importante, sin entrar en valoraciones.

Pasión momentánea

Esta diferencia ha sido muy notable, en la última época, en el terreno sexual. Antes el sexo era uno de los motores más importantes de mi vida. Ahora ha pasado a un segundo plano, sigue siendo algo muy importante pero no a cualquier precio como lo era antes. Sin ir más lejos, la semana pasada venía de pasar un fin de semana largo con mi familia. En una de las paradas que realizó el autobús, concretamente en Navalmoral de la Mata, había un chico bien parecido y muy morboso que cruzó su mirada conmigo. Al instante me dí cuenta no sólo de que el chico era gay sino de que sentía un irrefrenable deseo sexual por mí. Tras algunos cruces de miradas más y tras realizar un gesto con mi cabeza ambos nos dirigimos, mirándonos de vez en cuando, hacia el aseo de caballeros de la estación. Nos encerramos en uno de los servicios y sin mediar palabra comenzamos a comernos la boca. Las manos de uno y de otro se deslizaban de una forma voraz por sendos cuerpos. La parada era de media hora, teníamos que apremiar el momento para disfrutarnos al máximo sin perder nuestros correspondientes autobuses. El ambiente, cada vez más caldeado, y el deseo de rozar una nueva piel nos llevó a deshacernos de la ropa. Con ansia desabroché los botones de su camisa y comencé a chupar su pecho, sus pezones cada vez se encontraban más y más duros. Gemidos ahogados salían de su boca y estos me llevaban a una locura cada vez más ciega. El botón de su pantalón voló, bajé sus pantalones y me deslicé hasta su ardiente y erecta polla, mi boca discurrió a través de su miembro, mientras una de mis manos liberaba mi pene de la opresión del baquero. El chico me pidió que me levantase, él se puso de rodillas y agarró fuertemente mi falo con su boca, tanta saliva y esos labios apretándome me llevaron a un fogosa excitación. La cercanía de otros hombres descargando sus vejigas y la posibilidad de ser pillados elevaba el ardor hasta cotas que hacia mucho tiempo no experimentaba.

La eyaculación llegó con ambos de pie comiéndonos a besos y con ardientes achuchones. Tras limpiarnos, recomponernos y escuchar unos momentos para saber si había alguien en el servicio, salimos sin dirigirnos una mirada más. Cada uno subió a su autobús y siguió con sus cosas.

Esto, es lo que hubiese ocurrido hace unos años. Pero en el momento en el que me encuentro ahora, el hombre que soy ahora prefiere realizar esta fantasía con alguien que le “sugiera” algo. Más que con un cualquiera que recién conozca en una estación.


De vuelta a la realidad

El chico y yo no cruzamos palabras, pero tampoco fluidos. Sus miradas solamente alimentaron mi ego. Yo era perfectamente consciente del deseo que cada uno de sus ojos proyectaba en mí. No puedo negar que yo también lancé alguna mirada, ¿a quién no le gusta el coqueteo?, pero ahí terminó todo. Ahora estoy a gusto como estoy, con mi situación y con mi “pobre”, por decirlo de alguna forma, vida sexual. Que a pesar de ser muy escasa, en los pocos encuentros que tengo disfruto como un enano, en muchos sentidos. Algo que hacía mucho tiempo que no me pasaba.

Al mirar a la persona que era la observo como un extraño. Una extrañeza con la que me resulta difícil relacionarme. Aunque es posible que ese alguien pueda volver de nuevo en algún momento. Al fin y al cabo, según la física cuántica, la vida no son más que ciclos temporales que se repiten una y otra vez a lo largo de la eternidad y, puede que, a lo largo de nuestra vida. Una posibilidad que me podría enfrentar a mi antiguo yo con el de ahora pero en situación inversa. ¿Cómo me sentiría? Creo que no muy bien, aunque no lo puedo asegurar. No es un asunto moral o ético, es… Otra cosa… Es, como diría Darwin, la evolución. No “está bien” (involucionar) volver al pasado…

1 Comentário:

Otto Más dijo...

Me recuerda a mi ^^

Por lo demás, se me hace muy incómodo el Buenos Aires...

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