domingo, 30 de agosto de 2009

Ay! Como hemos cambiado…

Es evidente que con el paso de los años las personas cambian y se van transformando. Pero ¿Es posible que uno cambie tanto que no llegue a reconocerse? ¿Es factible convertirse en una persona totalmente diferente a la que uno fue?

Por Cristo Rodríguez

La pasada semana quedé con una vieja amiga mía, no porque sea vieja sino porque llevamos el uno en la vida del otro durante mucho tiempo. Al encontrarnos, 30 minutos después de la hora fijada, nos pusimos a andar de forma autómata. La calle Fuencarral, cerca del mercado, fue nuestro punto de encuentro y cuando surgió la pregunta de: “¿A dónde vamos?”, ya estábamos casi en Chueca, una casualidad vaya... Ya que nos encontrábamos allí yo sugerí ir hasta el café “Mamá Inés”, un lugar muy agradable de la zona. Naara, mi amiga, decidió que debíamos abrir nuestros horizontes y descubrir algún lugar nuevo. Esta exploración nos llevó a dar una vuelta por Chueca. La exploración terminó cuando nos dimos cuenta de que llevamos mucho tiempo en Madrid y que, aunque no salimos mucho, ya lo conocemos todo, por lo menos “a esta orilla del río” (el río es Gran Vía, por supuesto).


Regreso al pasado

Nuestro destino final fue el Café “BAires”, un lugar al que no hemos ido demasiadas veces, pero que también está muy bien. No suele estar tan lleno como “Mama Inés” y cuenta con unos ventanales que te permiten observar todo lo que ocurre en la calle. Llegamos, nos sentamos y antes de hablar nada pedimos un par de tercios. Suministro indispensable para ponernos al día de lo que ha pasado en nuestras vidas en estos últimos meses. Risas, confidencias, bromas, más cerveza, soltura de lenguas y… Encuentros con el pasado a través del cristal del Café. El ver a personas que estuvieron en nuestra vida en algún momento y que ahora fingimos no conocer, se convirtieron en el vehículo que nos catapulto al pasado. A partir de ese momento hablar de cómo éramos cuando llegamos a Madrid se convirtió en nuestra mejor forma de escapar de la realidad del presente para estar completamente aislados en el pasado. De repente, nos encontrábamos solos mi amiga, yo y todos esos “fantasmas”.

Tras una larga conversación, alguna que otra cerveza de más y, por lo menos, tres llamadas de su novio, mi amiga y yo nos despedimos con las promesas de siempre: “Nos vemos la semana que viene ¿Vale?”, “Ya te llamo yo. O si no, llámame tú”, “vale, pues entonces quedamos en eso”, “ok, un beso, cuídate”… De camino a casa y con el regusto de la conversación, me topé de pronto con uno de mis principales fantasmas, mi antiguo yo. Así, teniéndolo tan cerca y más tangible que nunca, me dí cuenta de que no me parezco a esa persona en casi nada. La evolución sufrida por mí, las nuevas relaciones, las antiguas, los conocidos que han ido transitando por mi vida, los días de sexo vacío y lleno, me han convertido en un ser totalmente diferente. Yo, un chico de 28 años nacido en Badajoz y que lleva seis largos años de su vida en Madrid no se parece en nada al joven de 20 que llegó a la capital de España a pasar un verano. No sólo he sido recompensado con un cambio físico, gracias a mi ortodoncia entre otra cosas, sino que el cambio psicológico y humanístico también ha sido importante, sin entrar en valoraciones.

Pasión momentánea

Esta diferencia ha sido muy notable, en la última época, en el terreno sexual. Antes el sexo era uno de los motores más importantes de mi vida. Ahora ha pasado a un segundo plano, sigue siendo algo muy importante pero no a cualquier precio como lo era antes. Sin ir más lejos, la semana pasada venía de pasar un fin de semana largo con mi familia. En una de las paradas que realizó el autobús, concretamente en Navalmoral de la Mata, había un chico bien parecido y muy morboso que cruzó su mirada conmigo. Al instante me dí cuenta no sólo de que el chico era gay sino de que sentía un irrefrenable deseo sexual por mí. Tras algunos cruces de miradas más y tras realizar un gesto con mi cabeza ambos nos dirigimos, mirándonos de vez en cuando, hacia el aseo de caballeros de la estación. Nos encerramos en uno de los servicios y sin mediar palabra comenzamos a comernos la boca. Las manos de uno y de otro se deslizaban de una forma voraz por sendos cuerpos. La parada era de media hora, teníamos que apremiar el momento para disfrutarnos al máximo sin perder nuestros correspondientes autobuses. El ambiente, cada vez más caldeado, y el deseo de rozar una nueva piel nos llevó a deshacernos de la ropa. Con ansia desabroché los botones de su camisa y comencé a chupar su pecho, sus pezones cada vez se encontraban más y más duros. Gemidos ahogados salían de su boca y estos me llevaban a una locura cada vez más ciega. El botón de su pantalón voló, bajé sus pantalones y me deslicé hasta su ardiente y erecta polla, mi boca discurrió a través de su miembro, mientras una de mis manos liberaba mi pene de la opresión del baquero. El chico me pidió que me levantase, él se puso de rodillas y agarró fuertemente mi falo con su boca, tanta saliva y esos labios apretándome me llevaron a un fogosa excitación. La cercanía de otros hombres descargando sus vejigas y la posibilidad de ser pillados elevaba el ardor hasta cotas que hacia mucho tiempo no experimentaba.

La eyaculación llegó con ambos de pie comiéndonos a besos y con ardientes achuchones. Tras limpiarnos, recomponernos y escuchar unos momentos para saber si había alguien en el servicio, salimos sin dirigirnos una mirada más. Cada uno subió a su autobús y siguió con sus cosas.

Esto, es lo que hubiese ocurrido hace unos años. Pero en el momento en el que me encuentro ahora, el hombre que soy ahora prefiere realizar esta fantasía con alguien que le “sugiera” algo. Más que con un cualquiera que recién conozca en una estación.


De vuelta a la realidad

El chico y yo no cruzamos palabras, pero tampoco fluidos. Sus miradas solamente alimentaron mi ego. Yo era perfectamente consciente del deseo que cada uno de sus ojos proyectaba en mí. No puedo negar que yo también lancé alguna mirada, ¿a quién no le gusta el coqueteo?, pero ahí terminó todo. Ahora estoy a gusto como estoy, con mi situación y con mi “pobre”, por decirlo de alguna forma, vida sexual. Que a pesar de ser muy escasa, en los pocos encuentros que tengo disfruto como un enano, en muchos sentidos. Algo que hacía mucho tiempo que no me pasaba.

Al mirar a la persona que era la observo como un extraño. Una extrañeza con la que me resulta difícil relacionarme. Aunque es posible que ese alguien pueda volver de nuevo en algún momento. Al fin y al cabo, según la física cuántica, la vida no son más que ciclos temporales que se repiten una y otra vez a lo largo de la eternidad y, puede que, a lo largo de nuestra vida. Una posibilidad que me podría enfrentar a mi antiguo yo con el de ahora pero en situación inversa. ¿Cómo me sentiría? Creo que no muy bien, aunque no lo puedo asegurar. No es un asunto moral o ético, es… Otra cosa… Es, como diría Darwin, la evolución. No “está bien” (involucionar) volver al pasado…

martes, 25 de agosto de 2009

¿Por qué te vas? ¿Por qué te vas?

Recientemente me han hecho esta pregunta. ¿Cuál es la razón por la que me marcho a NY con billete de vuelta pero sin “fecha de vuelta”? Es cierto que siempre hay razones para marcharnos de un lugar. Puede que cuando tomamos la decisión nos sintamos de una forma y después, cuando tenemos el billete en la mano, cambiemos de parecer y tengamos que buscar nuevas excusas para marcharnos. Sin embargo, ¿Hay que justificar siempre nuestras reacciones? ¿Sobre todo teniendo cuando que esas reacciones son a causa de la acción del amor, o mejor dicho del desamor?

Cristo Rodríguez

El otro día me encontraba hablando, a través de Facebook, con un amigo (ex–amante) de la situación de su país
y de lo dura que se está poniendo allí la situación gracias a la actividad cada vez más caciquista de su presidente. Al terminar mi jornada laboral me marché a disfrutar del gazpacho que había preparado el día anterior no sin antes despedirme. Cuando llegué a casa tenía un mensaje de mi amigo en el que me preguntaba si podía venir a mi casa a tomar un poco de gazpacho. Yo muy educadamente le dije que sí, al fin y al cabo después de casi cinco meses sin vernos ya tengo el corazón curado y el tipo es bueno para conversar.
La situación por la cual llegamos hasta esta quedada, es muy sencilla y a la vez complicada. Después de meses de conocernos vía Bakala y Messenger, a fines del 2008 quedamos para formalizar ese polvo tantas veces dialogado cibernéticamente. El motivo por el cual tardamos tanto en quedar fue, sobre todo, mi actitud reacia hacia el casquete rápido. Cuando se es una persona que busca el amor, aunque uno no se de cuenta, no te sientes cómodo con ese tipo de relaciones tan frías. El tiempo hablando y, evidentemente, el calentón, que todos de vez en cuando tenemos, fueros los motores que me hicieron ir hasta la casa de “el calvo”. Quizá no suene demasiado bien, pero como siempre tengo tantos líos, necesito nombrar a las personas con algún tipo de calificativo para que mis amigos se enteren de quién hablo cuando les cuento algo. Por esa fecha, además de “el calvo” yo estaba quedando con un par de personas más y algún que otro esporádico, todo esto, evidentemente, llevaba a mis amigos a un no comprender la situación si le hablaba de nombres e, incluso, me hacía perderme a mí mismo.


Comienzo inesperado
Después del polvo me quedé a dormir con él. A la mañana siguiente salió a comprar el desayuno y cuando llegó devoramos casi todo. Entre arrumacos y caricias me dijo que tal y como estaba se encontraba bien y que no quería ningún tipo de relación por el momento. Quizá una relación tormentosa lo había roto y en su proceso de recomposición sólo le apetecía disfrutar del momento, pensé. Yo por mi parte lo comprendí y acepté la situación. A partir de ese momento seguimos quedando bastante a menudo y de una u otra forma yo fui perdiendo el rumbo. Fines de semana completos juntos, compras en el súper, alguna que otra salida nocturna, mañanas de domingo despertando entre café y periódico, pinnics caseros encima de la cama... Y, para colmo, un Madrid nevado como nunca antes había visto. Todo cubierto de un aura de romanticismo que fue carcomiendo mi apetito sexual por otras personas y aumentando mi deseo de todo tipo hacia él. Cuando me quise dar cuenta, a mediados de marzo, me encontraba enamorado de alguien que, si tenía claro algo en la vida era que, no estaba enamorado de mí.
Después de una noche de cumpleaños de verdadera locura y una corta charla, yo volví a mi casa a recomponerme de nuevo, y él siguió con su vida sin más, como suele ocurrir en estos casos.


A recomponerse
Tras unos meses con poco contacto a través de Messenger, Facebook y algún que encuentro callejero, fuimos recuperándonos amistosamente y esto nos lleva hasta el momento en el cual “el calvo” se encontraba en mi casa.
Entre sorbos de gazpacho, cigarrillos y algún eructo encubierto, fuimos manteniendo una conversación que derivó en mi futura marcha a Nueva York y con el tema la famosa, e insistente, pregunta ¿Por qué decidiste irte? Yo le respondí lo que siempre digo a todo el mundo. Dos de mis pocos amigos (los de verdad, no los “seudo”) se van de la ciudad, una tercera está casada y la que resta no tiene mucho tiempo para mí… Así que, excusa perfecta. Si me quedo sólo en esta ciudad ¿Por qué no estar solo en otra ciudad cualquiera? Esa es la respuesta oficial. Y aunque en esa contestación hay mucho de verdad, lo que no quise decirle, pero supongo que ambos sabemos, es que el motivo por el cual tomé esta decisión fue él. A fines de Marzo me encontraba tan mal que, una vez que supe que mis amigos se iban, decidí marcharme también. Aunque claro, la cosa cambia y lo que, en principio, era un motivo lo suficientemente fuerte para largarse de Madrid, se ha ido disipando, al igual que el amor.
Cuando uno se va de un lugar hay multitud de razones. Muchas cosas para responder, muchas verdades que, a veces difieren. Yo me vine de mi Badajoz natal para ser actor en Madrid, aunque también buscaba el amor (casi desesperadamente), ninguna de las dos cosas salió bien, igual no lo intenté con todas mis fuerzas o, quizá, erré el camino. Ahora me marcho a NY, motivado por un desamor que ya pasó y en busca de un nuevo amor que no sé si encontraré. Pero lo mejor está en eso… En el no saber…

Con esta, digámoslo claro, huida, también surgen muchas dudas, miedos... ¿Y si espero más de lo que NY ofrece? ¿Huir de nuevo? ¿Qué ocurre si encuentro el amor antes de irme? Y la peor de todas, en mi caso, ¿Y si ya lo he encontrado…?

lunes, 17 de agosto de 2009

Madrid es así

Llevo unos días dándole vueltas a un asunto y esta mañana, leyendo el artículo que Cristina Castro Carbón publica en El País, me he dado cuenta de cúan bueno sería, a veces, padecer el síndrome de Asperger, o mucho mejor, qué bueno sería que otros lo padeciesen.

Por Cristo Rodríguez

El pasado viernes mi compañera de piso salió, cosa poco usual en ella, a tomar algo con unos amigos. Uno de los miembros del grupo era el chico para el que hace unas semanas el hecho de conocerme era “de vida o muerte”. Madrid es lo que tiene, aunque parece una ciudad muy grande, al final todo el mundo acaba encontrándose. Los acontecimientos se fueron sucediendo, un mojito llevó al otro, este a un tercer cocktail y así sucesivamente hasta que el alcohol se convirtió en un aliado y un desinhibidor para todos. Cuando el ambiente era ya distendido a mi compañera le dio por preguntar al chico “moribundo por mis huesos” cúal era la razón por la que no me había llamado después de tanta insistencia por conocerme. La respuesta de él fue “es que... Madrid es así”. ¿Cómo alguien puede tener tanta cara dura? ¿Tan difícil es decir, simplemente, la verdad? ¿O es eso una forma de decir la verdad? Mi compañera, indignada también por la respuesta, le contestó que el motivo real era “que yo le quedaba grande”, aseveración a la cual el canario no supo qué contestar.

¿Por qué le resulta a la gente tan difícil hablar sinceramente? ¿Es bueno en las relaciones personales utilizar respuestas políticamente correctas o se convierten en una forma de engaño para la otra persona? ¿Es correcto ser “sociales” en las relaciones de “amor”? Las personas con síndrome de Asperger no tienen reparos en decir la verdad, aunque sean bárbaras y aunque causen daño, pero, a veces, ese daño es liberador. Ese dolor deja un camino abierto a la persona que ha sido “víctima” de la agresión de las palabras sinceras.

La ciudad es la culpable
Dejando ese tema a un lado, no por falta de importancia sino por ser un aspecto de la ética propia de la persona, el cual deberá seguir o no según su criterio, ¿se puede acusar a una ciudad de las decisiones que uno mismo toma? Con las palabras de “Madrid es así” parece que el chico canario tiene la impresión de que Madrid posee vida propia.

No hay que olvidar, si es que alguna vez alguien lo pensó, que Madrid, al igual que cualquier otra ciudad, no tiene vida por sí misma. Si respira, vive, siente y miente es por la pulsión de sus habitantes, no porque ella pueda hacer esas cosas per se. Obviando esta última (y creo innecesaria) aclaración, el canario seguramente se refería a que “Madrid es así” en el sentido de cómo actúa la gente en esta ciudad. Aun siendo eso cierto, ¿qué ocurre en Madrid? ¿Nadie es responsable de sus actuaciones en esta ciudad? ¿Si uno no llama a otra persona es por culpa de la Villa? ¿Si una persona no es capaz de ser fiel, sincero o veraz es a causa de la noche madrileña?

Evidentemente no hay que responder a estas preguntas. De nuevo cada uno tiene su propia ética y puede aportar una respuesta u otra según convenga, pero desde luego esos “mitad genios, mitad incapaces” de los que Cristina Castro nos hablaba no tendrían duda alguna de que cada uno es responsable de sus actos, de todos, exceptuando, claro está, a las personas con algún desorden psicológico concreto.

Sea cual sea la respuesta a estas preguntas, sólo hay una cosa clara, está mal esconderse detrás de cualquier excusa para “engañar” (¿O debería decir disfrazar la verdad?) a otra persona, pero utilizar a Madrid es todavía peor. A pesar de los que quieran utilizar su nombre para fines “impuros”, esta ciudad es bella, aporta un escenario ideal para cualquier tipo de relación humana, el sol la inunda todos los días del año (aunque sea unos minutos) y está llena de vida gracias a sus habitantes que llegan colmados de energías y con multitud de ilusiones a esta ciudad... ¡Así sí que es Madrid!

viernes, 14 de agosto de 2009

Dormir acompañado

De vez en cuando el destino te sorprende con un bonito regalo envuelto en un cuerpo humano. Un ser que se ajusta a tus gustos personales, se acopla contigo en el sexo y que, además, parece tener un sentido de la existencia parecido al tuyo. Cuando conoces a una de esas personas llegan las preguntas, los comederos de cabeza, pero la gran cuestión sería: ¿Qué hacer cuando la vida te ofrece un resquicio de felicidad amorosa?

Cristo Rodríguez

La respuesta es, sin duda, correr. A priori, y viniendo de mi, esa respuesta puede ser estúpida. Pero, aún sin darnos cuenta, es el camino que usualmente tomamos. Llevados por las circunstancias, quizá por nuestros miedos, nos alejamos del bienestar amoroso lo más posible. Aunque, para ser sinceros, de lo que realmente andamos huyendo es del futuro malestar que produce el desamor.

Dejando eso a un lado, la sociedad, en la que andamos metidos, premia los éxitos profesionales y sociales, pero no los amorosos. Normalmente es difícil para el ser humano, adsorbido por el capitalismo reinante (afortunadamente no es todo el mundo), tomar decisiones que lo beneficien sentimentalmente. Hoy día uno procura acumular muchos bienes materiales porque es lo que se “debe” hacer. Eso, nos dicen, atraerá a la mejor “presa” amorosa hacia nosotros y nos asegurará un futuro sentimental saludable y placentero. Pero ¿No nos aleja esto mucho más de nuestro AMOR?

No hace demasiado tiempo dejé escapar a una de esas personas maravillosas que se cruzan por el camino y que te cambian la vida, por esos motivos de superación profesional y social. El vivía en Barcelona y yo en Madrid. En ese entonces no estaba dispuesto a mudarme de mi lugar de residencia, tenía muchas expectativas profesionales puestas en la Capital y no quería renunciar a ellas. Para no verter más palabras (justificándome), resumiré diciendo que, de todo lo que pensaba conseguir en Madrid no conseguí nada. Si bien es cierto que he hecho muchas otras cosas, estas actividades que he acabado realizando, no fueron los motivos por los cuales renunciaba, en esos días, a esa bella persona.

Encuentros

Pues bien, el sabio destino la juega de nuevo y pone frente a la cara (para dar una buena bofetada) situaciones parecidas. Recientemente, tras un estreno teatral, un compañero actor llevó a uno de sus mejores amigos para que fuese testigo del debut de nuestra futura compañía. Tras el estreno fuimos a tomar una ronda de merecidas cañas postactuación, las cañas se convirtieron en mojitos y los mojitos en cervezas en mi casa. Allí terminamos una amiga mía, mi compañero de teatro, su amigo (“B”) y yo a las cuatro de la mañana. Las miradas entre “B” y yo fueron constantes durante toda la noche. Desde el momento en que lo vi me impactó. El chico posee unos ojos grandes, que se apoderan de su rostro para darle una vivacidad cómica, en los que te puedes zambullir sin temor a partirte la crisma. Esos ojos que me escrutaban durante la noche y a los que yo miraba fijamente de vez en cuando, salieron de mi casa (sobre las 6 de la mañana) al igual que habían entrado, alejándose de mí. Posiblemente para siempre. El domingo había una nueva cita con el grupo para ensayar pero me fue imposible asistir, no estaba de humor. Lo peor de no asistir a esa cita fue no volver a ver a “B”, ya que a lo mejor alguno de los dos se hubiese atrevido y hubiese hablado con el otro. Así terminó todo.

Pero como las nuevas tecnologías son maravillosamente geniales y cumplen con su objetivo de encontrar a la gente, allí estábamos los dos, mejor dicho, nuestros perfiles. Facebook fue el canal y nosotros los que hilamos la red para cruzar de nuevo nuestros destinos. Y el hado, con nuestra ayuda claro, nos llevó hasta donde lo dejamos la última vez. Para empezar unas cañas en la plaza 2 de mayo, después mi casa de la calle Velarde, de nuevo la vergüenza y el no saber que hacer y finalmente “el paso”. Una maravillosa noche en la que el sexo volvió a ser torpe, como las primeras veces. El intento de adaptación del uno al otro, dar placer a la otra persona, además del propio, como lo más importante. No simple sexo, más que eso. Dejarse hacer parecía la tónica general. Dejar el sexo en manos el otro, abandonar el cuerpo al deseo del otro para, ligeramente, deponer el alma y el corazón cada uno en el otro.

Despedidas

El niño transparente, como se llama él mismo, se convirtió en mis brazos en el niño de cristal. Su piel “inmensamente” blanca, sus ojos de aspecto vidrioso, el cuerpo elástico y delgado, el vello rasurado y el alma quebradiza. Suspiros, besos, deseo, pasión, abrazos y una vigilia obligada por la pulsión sexual y el no querer asumir la partida mañanera. “Era el ruiseñor, y no la alondra, lo que traspasó el temeroso hueco de tu oído”, esa era la frase que parecía que iba a salir de nuestras bocas al ser perturbados por el sonido del despertador a las 6:45.

Resignados y con la decisión, tomada de antemano, de continuar con nuestras irremediables (¿?) vidas sin dar lugar a un posible “algo”. Avanzamos los minutos siguientes hasta despedirnos en la calle. Cada uno con un “camino” diferente.

En nuestros planes futuros “B” trabajará durante todo el año haciendo bolos por España con su grupo de teatro. Yo marcharé a N.Y. sin necesidad de volver ya que no hay nada que me ate a este país. ¿Nuestra historia...? Nuestra historia seguirá vagando por el espacio virtual y puede que en algún que otro relato. A la pregunta: ¿Qué hacer cuando la vida te ofrece un resquicio de felicidad amorosa? Se le impone una nueva respuesta ¿¿Correr??

lunes, 10 de agosto de 2009

Masturbación sin elección

El calor aprieta, aunque hayan bajado las temperaturas, la gente se despelota, las playas se llenan y las piscinas se abarrotan. En medio de todo esto, uno (oséase yo) se queda solo en casa y sin tiempo para encontrar un “amor” con el que poder fornicar sin sentir que me traiciono a mí mismo. Conclusión: “¡Otra gallola! ¡Por favor!”

Cristo Rodríguez

Después de tres semanas con mi hermano en casa, durmiendo en mi cuarto, ayer me encontré (¿Por fin?) con todo el cubículo de 5 metros cuadrados, que representa mi habitación, solo para mí. Sólo ante MI soledad, y después de algo más de un mes sin sexo y más de tres semanas sin masturbarme, me encontré, delante de MI iMac, revisando MIS películas pornográficas, para decidir cuál de ellas era la elegida para liberar a MIS testículos de tanta carga. Todo muy MI, quizá demasiado y tristemente MI.
Después de la primera semana sin sexo, la verdad es que ya no lo echaba de menos, pero tras el contacto de ayer mi imaginación se disparó. Ahora no paro de pensar en un pene grande y erecto delante de mis narices. Es como si, con una simple paja, se hubiese reactivado en mí toda la pulsión sexual callada durante años.

Ante esta encrucijada ¿Qué hacer? ¿Me mantengo fiel a mis principios (nuevos, por otra parte) de no acostarme con nadie por el simple hecho de satisfacer una necesidad fisiológica? O bien, ¿Me mantengo fiel a los principios del antiguo yo que lucha por volver a tomar su posición en la atalaya del “amor”?
En esa encrucijada estoy y, para colmo, ayer me encontré con un “amigo-Messenger” mientras esperaba, en gran vía, a una amiga para cenar. El chico en cuestión es un bello bailarín de 21 añitos, súper mono, súper fashion, súper caliente y súper pasivo con el que el año pasado estuve pelando la pava sin llegar, nunca, a la segunda base. ¡Niñatos! Pues, tras vernos anoche, y con el calentón que llevo, hemos comenzado a mensajearnos... ¿En qué terminará todo? ¿Polvo o paja?
Por otro lado el señor “R” apareció, telefónicamente, de nuevo en mi vida la pasada semana, amenazando con una nueva cita y con un culito depilado sólo para mí...
Además, últimamente debo estar más guapo que nunca, desprender algún tipo de hormona que antes no tenía o, simplemente, la gente está más salida. El caso es que, cada vez que voy por la calle, multitud de tíos buenorros, que antes ni se percataban de mi existencia, me miran ¡Y hasta se giran para seguir mirándome...!
Con todas estas señales ¿Puede uno resistirse al simple y llano casquete rápido?
Mi mente se confunde, debe ser el calor, si bien aseguraba en uno de mis anteriores post que en Madrid no se folla. Ahora creo que en Madrid no se folla, pero se puede llegar a follar. Sólo hay que dejar que agosto siga su curso y continúe calentando el ambiente.
Con un par de grados más y un poco de tela menos seguro que no termino agosto sin sexo. Y si-no, siempre me quedará la elección de la masturbación...

martes, 4 de agosto de 2009

La regla de los tres días

Hace tiempo, en algún capítulo de alguna serie americana, escuché hablar de la regla de los tres días. En años no volví a saber nada de ella y, hela aquí, este fin de semana mi hermano se encargo de traerla a mi vida una y otra vez.

Cristo Rodríguez


El jueves llegué a mi casa después de un largo día de trabajo y de ensayo que había culminado con una caña rápida, por no despedir al grupo de teatro de forma brusca. Al llegar a casa me puse cómodo. En verano, y en Madrid, eso quiere decir quitarse toda la ropa y calzarse un mini-pantalón con la menor cantidad de tela posible para no sentir calor. De esta guisa baje a tirar la basura. Algo rápido, bajar las escaleras, abrir la puerta, dejar caer la bolsa en el cubo, cerrar la puerta y subir las escaleras. La bajada fue
bien, todo despejado, abrir la puerta sin problemas, pero el tema de depositar la bolsa en el cubo se complicó. Por allí pasaba una compañera de trabajo que, al verme, no sabía si venir a darme dos besos o no, tal era mi vestimenta, al final vino y nos saludamos raudamente, pero no lo suficiente rápido. Antes de que tuviese tiempo de cerrar la puerta (paso cuatro) llegó mi compañera con unos amigos que la esperarían en el portal del edificio mientras ella subía un momento al baño. Yo salude y culminé el quinto paso de mi tarea de la noche, subir las escaleras.

De vida o muerte

Mientras que mi compañera se acicalaba un poco llamaron al
timbre unas cinco veces. Eran sus amigos que la urgían para que bajase pronto. A la tercera llamada uno de los amigos de sus amigos le pidió que “por favor baje tu compañero, que es de vida o muerte”. Tras esa petición tan “profunda” evidentemente me calcé mi ropa y baje presto las escaleras para conocer a ese chico tan flechado por mi. Al verlo quedé inmovilizado. No había visto un chico tan hermoso desde hace muchísimo tiempo. Fuimos todos juntos a tomar algo mientras yo iba recuperándome poco a poco del shock sufrido. Una vez situados en una terraza de la plaza 2 de mayo, sin saber como, su amigo y mi compañera de piso se las arreglaron para quedarnos a solas, (mi hermano pequeño estaba allí pero como si estuviésemos a solas). La conversación fue muy agradable. El chico, canario, no sólo era bello sino que, además, era inteligente, militante, currante, con un montón de proyectos en la cabeza. En resumidas cuentas lo que llevo años buscando. Al concluir la cena nos fuimos cada uno a casa. La despedida fue rara y más larga de lo habitual. Cuando cada uno enfiló para su domicilio correspondiente, corrí detrás del canario y le dí mi número con mucha ilusión y esperanzas. ¡Por fin lo había encontrado!

Tres días ¿Y ahora qué?

Yo si me hubiese pasado eso, sin duda, habría llamado al día siguiente. Por esto al llegar al sábado y no recibir llamada alguna comencé a estresarme, un poco. Al hablar con mi hermano, Carlos, me dijo “No te ralles ¿No conoces la regla de los tres días?”. Mi contestación, evidentemente fue que no. Carlos, presto a ilustrarme me comentó que, para mantener el interés de una persona, no debes llamarla por lo menos hasta que pasen tres días desde que te dio el teléfono o desde la última vez que la viste. ¡Mi hermano tiene 15 años! ¡Por favor! ¡¿Por qué no me explicaron a mi esto antes?! Igual me hubiese ahorrado muchas penas... O no... Aún así no pude evitar preguntarme: ¿Es esta regla algo real o sólo un pretexto para no sentirse mal al no recibir la respuesta esperada de nuestro amado? ¿O puede ser una excusa para no sentirnos mal por no llamar a alguien que no nos interesa? Según mi conducta personal, cuando alguien me interesa lo llamo o mensajeo rápidamente. Tan pronto como me apetece verlo, una hora, un día como mucho. No hay ninguna regla que valga. Si se agobia, si no le apetece verme, si no lleva mi ritmo, si no quiere lo mismo que yo, no es LA persona. Y si no me apetece llamar al día siguiente, y de hecho no lo hago, quiere decir que el otro no es lo que estoy buscando. ¿Para qué buscar pretextos? ¿Para qué escudarse en una regla tan temporal, estricta y lejana al romanticismo? Hoy es Martes. Han transcurrido 5 días desde “el encuentro”. No he recibido llamada y no creo que la reciba. En el preciso instante en que le facilité mi teléfono al canario, ya sabía que no recibiría ningún tipo de respuesta por su parte. La forma en la que la otra persona recibe la mano que le tendemos, para acercarla a nosotros, es la única regla que una persona debería seguir. El interés que se toma al apuntar nuestro teléfono, cómo se despide de nosotros, los indicios que existan, o no, deberían ser nuestra única regla. El tema de los tres días no es más que un pretexto para no sentirse mal en caso de no recibir la llamada o una excusa para no hacerla. En los tiempos que corren y al ritmo que va la vida tres días es mucho tiempo. En tres días puede pasar tanto que, sin darnos cuenta, se puede perder la oportunidad de conocer a la persona ideal, ya que en estos días otro/a puede ocupar nuestro lugar y podemos perdernos conocer a alguien excepcional. Creo que tuve suerte en no conocer esta “regla” hasta ahora… Y, por supuesto, desde ahora, voy a seguir obviando los estúpidos tres días.

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