viernes, 22 de enero de 2010

Háblame en la cama

La sinceridad es una de las cosas más importantes en nuestra vida diaria. Evidentemente, en una sociedad civilizada, la mentira tiene una labor social fundamental para mantenernos en armonía y paz. Pero, en mucha ocasiones, la mentira directa o por omisión se vuelve directamente contra nosotros. Esto se ve claro y acentuado, sobre todo, en lo que al terreno amoroso se refiere.


Cristo Rodríguez


Hace no demasiado tiempo me contaba una persona cercana que le gustaba follar con un chico. Al poco tiempo le gustaba el chico entero. Y, más recientemente, estaba prácticamente enamorado de dicho “ángel celestial”. Si bien yo tenía claro que antes o después estas palabras saldrían de su boca, no dije nada, puesto que las personas, sobre todo en asuntos de amor, necesitan ver las cosas por si mismas.


Transcurridos unos meses, en los que nuestras conversaciones estaban basadas en sentimientos profanos, pasamos ha hablar de asuntos más elevados en los que el amor “quizá” pudiese tener cabida. A pesar de ello mi amigo nunca dio su brazo a torcer hasta bien entrados en materia. Después de tanto tiempo, y como no podía ser de otra manera, el final llegó. Y, se puede decir que, no con muy buenos resultados para mi amigo en cuestión.


Sea por unos u otros factores, no es difícil ver, escuchar y vivir el desengaño amoroso una y otra vez. Durante un largo periodo de tiempo mi amigo estuvo jugando al juego del amor con un chico con el que parecía unas veces que si, otras que no y, la mayor parte del tiempo, era un “je ne sais pas” constante. Y yo me pregunto ¿Por qué tanto sufrimiento?


Siguiendo de cerca la historia de mi amigo y, de paso, analizando mis historias personales y las de muchos de mis conocidos, me he dado cuenta de que uno de los principales problemas es la ausencia de palabras, y el no asumir el amor que tenemos dentro, claro. En resumidas cuentas, el avergonzarnos de lo que estamos sintiendo.


En la sociedad actual nos enseñan que debemos mantener nuestros sentimientos ocultos o, cuanto menos, controlados. Amar en la justa medida y sin que se note demasiado, odiar con cuidado de no cruzar los límites legales, ser lo suficientemente agresivos para poder ascender en nuestra empresa pero no demasiado como para poder llegar a matar a alguien, querer a nuestros semejantes pero estar preparados para poder desprendernos de ellos si es necesario… ¿Todo para qué? ¿Para convertirnos en máquinas, en autómatas de un régimen social autoritario que nos maneja y hace de nosotros lo que quiere?


Yo, por mi parte, prefiero dejar salir mis emociones buenas y malas, siempre y cuando no dañen a otra persona, claro está. Y por eso, no me avergüenza decirle a alguien que quiero que lo quiero. Y por ello, también, insisto a mis amigos para que tomen la misma resolución. Así, de esa forma, aunque el final sea el mismo, un nuevo desengaño amoroso, por lo menos este llega cuanto antes. El dolor es menor, la sensación de pérdida es escasa, el tiempo perdido se reduce considerablemente y aumenta, proporcionalmente, las energías para dedicarlas a un nuevo amor que, cuanto menos, nos corresponda un poco y consiga hacernos felices.


Por eso, la comunicación interpersonal es uno de los factores más importantes en el amor o el desamor, según se mire y según sea el desenlace de la historia. Por supuesto, de ninguna manera, el hombre que queremos puede saber lo que sentimos por el si no se lo decimos. Y nosotros nunca sabremos que es lo que siente por nosotros si no abrimos nuestro corazón y le pedimos una respuesta.


La vida no es color de rosa, generalmente, y la mayor parte de las veces ese chico que se citaba con nosotros y con el que se tenía unas sesiones de sexo regularmente, acaba por salir corriendo cuando abrimos nuestro corazón. Pero, de vez en cuando, nos topamos con esa persona que siente justo lo mismo que nosotros y nunca hubiese pensado en ser correspondido. Justo por esto, por esas pocas veces que la vida nos regala algo bueno, no se debe tener miedo a abrir el corazón. Al fin y al cabo, alguien tiene que hacerlo primero ¿por qué no ser uno mismo? ¿Por qué no echarle “huevos” a la vida?


Y, por supuesto, como pedía María Jiménez, “háblame en la cama”. ¿Qué mejor lugar para hacerlo? Si el resultado es positivo, podemos dejarnos llevar por un mar de pasiones amorosas. Y, si el resultado es negativo, podemos decir adiós con uno de los mejores polvos; el de despedida.



martes, 12 de enero de 2010

El que viene no conviene y el que conviene no viene

Muchas veces, cuando mi vida se convierte en un caos y me siendo totalmente perdido y sólo en el mundo, me desahogo con mi madre, por aquello de contarle algo a la señora y que no se aburra. En esos momentos, en los que descargo todas mis penas y mis desgracias por no tener ni novio ni familia ni nada (y por que siempre conozco a hombres que no merecen la pena), mi sabia madre, en su ignorancia seudo analfabeta, siempre me dice lo mismo: “Tu hijo no te preocupes que la vida es así el que viene no conviene y el que conviene no viene”.

Cristo Rodríguez


Esto, que mi madre resume en una simple frase de refranero popular, es la cruz con la que vive la sociedad actual. La búsqueda de pareja ya no es tan sencilla como antes, entre otras cosas, por que ahora (en la era de la información) la búsqueda se amplia con un universo digital sin límites ni barreras.

A pesar de ello, de la cantidad y variedad, la premisa sigue siendo la misma: La calidad. No la calidad del producto (hombre o mujer) en sí, sino la calidad que esa persona tiene para nosotros. ¿Es lo que buscamos? ¿Nos gusta sólo físicamente? ¿Cumple todo lo que necesitamos en una persona para compartir nuestra vida con el/ella?

Muchas veces nos topamos en la vida con gente que nos gustan tanto físicamente, que no podemos reprimir el deseo de mantener relaciones con ellos. Otras veces nos sentimos atraídos por la inteligencia que se esconde bajo un, cuanto menos, extraña superficie y no podemos evitar compartir largas tardes de café con esa persona. El sexo, por supuesto, es otro de los factores que nos hacen caer cerca de alguien, puede que sea feo o guapo pero si por casualidades de la vida acabamos follando con ese ser y el sexo es impresionante, seguiremos, sin duda, enganchados durante un tiempo… Podríamos seguir desgranando durante horas distintos tipo de relaciones, en las que usamos o somos usados, pero en todas ellas siempre falta algo.


Este algo que falta es a lo que mi madre se refiere cuando repite insistentemente la dichosa frasecita, que siempre consigue sacarme de quicio. Y la condena se repite una y otra vez como un ying yang sin fin. Unas veces eres tu el que no quieres tener nada que ver con esa persona, porque para ti sólo es una buena conversación, un buen cuerpo o un buen polvo. En otras ocasiones eres tú el buen polvo, en el mejor de los casos. Y por supuesto, ocurre lo que tiene que ocurrir, la historia se termina dejando a uno de los dos miembros (o “miembras”) ligeramente jodido.


En esos momentos, ya sea yo el dejado o el dejante, siempre pasa lo mismo por mi cabeza: “El que viene no conviene y el que conviene no viene”. Aunque yo voy más allá, el que conviene viene pero nos deja de lado. Es decir, nosotros seríamos para él la primera parte del refrán. Sin duda es una desgracia esto de que los viejos tengan tanta razón y hallan creado dichos populares tan certeros.


Por suerte, de vez en cuando, la vida te da una oportunidad. Claro, siempre tiene que existir la excepción a la regla, sino ¿Cómo iban a llevar mis padres casados tanto tiempo? ¿Y mi hermano? ¿Y mis primas? ¡Y hasta mi tío el marica! Y de pronto aparece una persona que es la PERSONA. Alguien que es el que esperabas o, por lo menos, se le parece bastante. El caballero que con su lanza viene, ve, vence y, por supuesto, CONVIENE.

lunes, 11 de enero de 2010

United gay colours

Lo mejor que tiene, sin duda, la ciudad de Nueva York es que uno puede darse un paseo turistico-sexual por multitud de colores, sabores, aromas y texturas sin tener que desplazarse demasiado. Un gran bazar de sexo y lujuria para gozar con todos los sentidos.

Cristo Rodríguez

El balance que podría hacer de los dos meses que llevo viviendo en la gran manzana, es que si hay una buena ciudad en el mundo para realizar turismo sexual esta es, sin duda, NYC. En esta ciudad se dan cita la mayor parte las etnias que existen en el planeta. Y por supuesto, el mundo gay de la gran manzana no iba a ser menos.

Negros, afroamericanos, chinos americanos (y de los otros), pelirrojos llenos de pecas, morenos venidos de la Sudamérica más profunda, guidos, europeos de todas las clases con ganas de pasarlo bien, blancos americanos que no llegan a ser rubios ni morenos ni nada y, por supuesto, mucho producto importado de la Hispania. Y yo, por mi parte, puedo quedarme tranquilo pues ya probé de todo. Conseguir esto viajando por el mundo puede llevarle a una persona prácticamente media vida. Pero aquí, en la cosmopolita Nueva York, en tan sólo dos meses uno puede conseguirlo.

Si pusiera juntos a los hombres con los que he mantenido algún tipo de “relación” en esta ciudad, podría hacer sin ningún tipo de problemas un anuncio para la conocida marca de ropa (sosa) Benetton.

No se porque hay capitales mundiales con una gran fama de turismo sexual y por qué NY no goza de ese título, cuando aquí, es mucho más fácil gozar libremente de los placeres de la carne de lo que puede serlo en Brasil o Cuba y, por supuesto, mucho más barato. Además, venir a “La ciudad” significa poder disfrutar de una diversidad cultural que no ofrecen otros lugares como Tailandia, por ejemplo. El turista que venga aquí con ganas de tener sexo, además de con ganas de disfrutar de la cultura (por supuesto), no quedará defraudado. Los americanos, sea cual sea su procedencia, tienen las puestas de su casa (y todas las demás) abiertas para el turista que llega con sed de carne nueva.

Manhattan es una gran puta, yo diría que es la perra más grande de todo el planeta tierra, por lo menos en lo que al mundo gay se refiere. Una isla que está perfectamente representada en la parte central de “El jardín de las delicias” de El Bosco. Un oasis en mitad del desierto, vacío de lujuria, que representa el Estados Unidos más profundo.

Y en medio de todo esto ¿Dónde queda el amor? Pues, simplemente, perdido. Perdido entre las calles, los vientos, las ratas, la suciedad del metro, la “oscuridad” de los locales, la basura en mitad de la acera, el mal olor que emerge desde los respiraderos del metro… El amor no se deja ver en NY, pasea por sus calles con las orejas gachas cual conejo asustado, pero dispuesto a asaltar a la primera persona que le de un chance, para arrastrarlo a la otra realidad que se esconde detrás de los grandes espejos de esta ciudad.

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