miércoles, 21 de noviembre de 2012

El poder del NO


Es curioso como una simple palabra puede hacernos sentir tal bien o tal mal con nosotros mismos en función de si la utilizamos o no con respecto a nuestra necesidad y conveniencia.

Por Cristo Rodríguez

En tan sólo un fin de semana he podido experimentar en mis propias carnes lo bueno y lo de malo de decir o no decir NO a algo que no quieres hacer, bien sea por convicciones, deseo, necesidad o ganas. El viernes por la noche no quería salir, estaba totalmente convencido de ello, pero finalmente una llamada por teléfono me convenció, cambie de planes y salí a “disfrutar” de la noche en Oslo. He de decir que fue una noche genial, me lo pase como un enano y, hacía mucho tiempo que no me alegraba tanto de haber dicho que sí a algo que, en principio, no quería hacer. Esa misma noche se me acercó un chico con el que había hablado varias veces y me dijo que cuándo íbamos a quedar en privado y blablablá, yo le dije que si quería tomar un café un día era genial por mi, pero que poco más íbamos a tener, el me preguntó que porqué, que si no me gustaba y yo le dije que no. El sujeto en vez de aceptarlo tal cual me miró con cara de incredulidad y me dijo, ¿me lo estás diciendo en serio?, yo le dije que si y, por suavizar le comenté que no tenía que ver con que él no fuese guapo que lo era sino con que a mi NO me gustaba. Indignado se fue de mi lado y yo volví con mis amigos a seguir bailando feliz de haber sido capaz de ser sincero. No me preocupó hacerle daño porque no se lo hice en ningún momento, el chico en vez de sentirse herido por mi negativa se sintió en plan “como puede ser que YO no te guste a TI”, con lo cual ningún remordimiento vino a mi cabeza después.

El sábado por la noche salí de nuevo, lo llevaba esperando toda la semana porque, según mi parecer o convencimiento, al cambiar la hora, podríamos disfrutar, en esta ciudad en la que todo cierra a las tres de la noche, de un hora más de “marcha desenfrenada”. La cosa no fue así, a las tres fueron las dos y, por un día y sin que sirva de precedente, espero, todo cerró a las dos. Pero bueno, esto no es a lo que quería yo llegar. El caso es que, estando en mitad de la pista de baile me encontré con un viejo conocido, el cual vino hacia mi con bastante ímpetu. Durante toda la noche estuvo intentando bailar conmigo, tocarme, acercarse, a pesar de algunos de mis “necesito espacio para hablar”, “si sigues tan cerca no puedo moverme”, “no me toques tanto” y comentarios de esa índole. Yo creía que el chico se había dado por enterado de que yo no quería nada con el, aunque a su pregunta de “¿Te vas a venir conmigo esta noche?” Yo le contesté con un abierto “ya veremos”, pero cuando todo terminó (¡A las dos de la mañana!) el chico, tras una charla de apoyo moral de un amigo suyo, me siguió hasta la parada de autobús. Allí hablamos un rato, me dijo que le gustaba y yo le comenté que normalmente no me voy a casa con gente por la noche porque no me gusta cuando la gente esta bebida, a lo que, obviamente, contestó que él no estaba bebido. Unos besos en el cuello, un roce de cuerpos, cubiertos de mucha ropa, y una cara de deseo era la estampa que podía verse. Ante mi frialdad la situación cambio ligeramente, de tal forma que el comenzó a llamarme frío, creído y cosas por el estilo, a las que yo asentí con fruición. Parece que sientes mejor que nadie, ¿no? Pues sí, me sentía mejor que nadie, normalmente me siento así cuando salgo desde mi posición de abstemio de los últimos meses y de chico duro que no se va a casa con cualquiera por muy caliente que me encuentre, la posición que da el valorarse uno mismo. Finalmente llegó mi autobús, yo le dije, este es el mío, y el me dijo, no lo vas a coger, tu te vienes conmigo. Sí, sí, lo voy a coger, le respondí, si quieres algo de verdad ya te pones en contacto conmigo durante la semana, tomamos un café y ya vemos que pasa. Y así lo dejé, con su calentón, su opinión sobre mí persona y el frío que le tuvo que producir el irse andando y sólo a casa.

El domingo, como era de esperar, me encontraba de calentón, y el subidón de ego del sábado aun me ponía más caliente si cabe. Así que decidí quedar con un chico con el que llevaba hablando un tiempo por gaysir. Allí estaba el a las 22 de la noche de un frío domingo de casi noviembre en la puerta de mi casa. Desde el primer momento que lo vi sabía que no quería nada con el, pero con el frío que hacía fuera y después del viaje que había hecho de su casa a la mía, decidí dejarlo entrar y estuvimos hablando un rato. Al ver que la cosa no iba a ningún sitio se decidió a irse con un “bueno, y qué hacemos, ¿quieres dormir ya o qué?”. Por compromiso más que otra cosa lo besé, en cuanto se quitó la camiseta me reafirme en que el chico no me gustaba en absoluto. Aún así no sabía como parar la situación llegados a este punto, así que ahí estaba el haciéndome una mamada mientras que yo no quería mirarlo por la grima que me daba. Por suerte en menos de cinco minutos comiéndome la polla se corrió, llegándome un poco de su esperma a la pierna incrementando la sensación de malestar y suciedad que me invadió desde el segundo beso que nos dimos. Tras terminar, me pregunto si quería correrme a lo que apresuradamente dije que no, que estaba bien así. Sin decir mucho más nos despedimos, haciendo la despedida lo más corta posible e intentando disimular mi incomodidad, de la que el pareció no percatarse.

El placer y bienestar que el NO del sábado me provocó, se convirtió en triste decepción el domingo por la noche. Así de fácil, todo se derrumbó como si estuviera construido en polvo. Una simple palabra, un simple gesto, una simple actitud que tiene una respuesta directa sobre nuestro psiquis y estado de ánimo positivo o no dependiendo de si tomamos esa actitud, decimos esa palabra o esgrimimos ese gesto. Así de fuerte es el NO. Así de fuerte es sobre nosotros y los que nos rodean, pero no hay que olvidarse de algo muy importante, el primero que nos importa en primera instancia es siempre el Yo y el psiquis propio, si nos encontramos bien con nosotros mismos, podemos estar bien con los demás y eso nos devuelve más confianza y positividad aun. El NO no es fácil, el truco esta en entrenarlo y, a veces, flexibilizarlo un poco, pero sólo hasta un límite que no nos perjudique.

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